Las discusiones entre padres pueden considerarse normales, pero la manera en la que se manejan puede afectar drásticamente la salud de los hijos.

Por lo general, las discusiones cordiales entre padres tienen muy poco o ningún efecto sobre los niños, pero estudios científicos han concluido que esto cambia cuando la peleas son más agresivas, hay gritos o incluso los progenitores se retiran la palabra.

Así lo defienden en un artículo publicado el Diario de psicología infantil y psiquiatría, el profesor Gordon Harold y la académica Ruth Sellers.

Afecciones

En su artículo, el profesor Harold concluye que una amplia selección de la investigación académica desarrollada desde la década de 1930 en torno a la psicología del niño (junto a una variedad de trabajos experimentales y de seguimiento a largo plazo), demuestra que los menores expuestos al conflicto pueden experimentar una mayor frecuencia cardíaca y tener desequilibrios en las hormonas relacionadas con el estrés.

Todo eso puede ocurrir desde una edad tan temprana como los seis meses.

También es posible que sufran retrasos en el desarrollo del cerebro, problemas de sueño, ansiedad, depresión y problemas de comportamiento.

Aquellos niños que ven peleas menos intensas pero por un periodo continuado, también pueden desarrollar los mismos problemas.

Además, las disputas las viven de forma distinta los niños y niñas.

El profesor Harold sostiene en un artículo publicado en la revista de psicología El desarrollo del niño que mientras los primeros suelen experimentar problemas de comportamiento, las segundas se ven más implicadas emocionalmente.

El divorcio, o la decisión de los padres de tomar vidas separadas, se ha visto en muchas ocasiones como el peor escenario para los niños, dice el académico.

Sin embargo, Harold sostiene junto a su colega Mervyn Murch en la publicación El niño y la ley familiar que las discusiones en torno a la separación son lo que más afecta a los menores, más allá de la ruptura en sí.

El silencio, también un problema

Las discusiones intensas no son el único elemento que puede afectar a los niños, señala Harold en su análisis.

Cuando la relación entre los adultos se enfría o se retiran la palabra, los más pequeños pueden sufrir problemas emocionales y de comportamiento.

Harold, que enseña psicología en la Universidad de Sussex (Inglaterra), dice que la calidad de la relación entre los padres puede establecer un patrón de comportamiento que podría repetirse incluso en las siguientes generaciones.

¿Cómo evitarlo?

El profesor dice que, según han concluido estudios, los niños suelen ser rápidos en detectar el comportamiento de los padres y pueden saber que algo anda mal aunque las discusiones se mantengan «en privado».

Lo que importa en realidad, en opinión del académico, es cómo los niños interpretan y entienden las causas y posibles consecuencias de los conflictos. En función de esto serán capaces de detectar si una pelea tiene tendencia a agravarse, si se verán envueltos o si puede poner en riesgo la estabilidad familiar, argumenta.

Para reducir el daño que las discusiones pueden hacer a los hijos, recalca, es importante encararlos de forma pedagógica.

Los padres deben entender que es normal tener desacuerdos, y así deben explicárselo a sus hijos. De hecho, asegura Harold, estos suelen responder mejor cuando se les aclaran las causas de la pelea y posibles maneras de resolverla.

Harold concluye que cuando los padres explican el proceso de resolución de un conflicto a los hijos, les están ofreciendo una importante enseñanza que podrán poner en práctica en el futuro y extender a un entorno más allá del familiar.

Fuente: BBC Mundo

 

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